En la Antigüedad diferentes culturas aprovecharon el agua con fines terapéuticos: agua de manantial, agua de río, agua de mar. En particular los romanos se condujeron de acuerdo con la conocida máxima mens sana in corpore sano. Promovieron la creación de balnearios por doquier y los convirtieron en centros de la vida social de su tiempo. Los balnearios romanos consistían en una sucesión de baños a diferentes temperaturas.
Se ofrecían asimismo masajes y la práctica de relajación y propiciaba las relaciones personales, ya fueran en forma de tertulias intelectuales o incluso de foros políticos. Aquellos complejos termales contaban con estancias cálidas y bien iluminadas, la mayoría abovedadas y algunas con cúpulas de extraordinarias proporciones. Las termas más lujosas disponían de gimnasios y hasta de bibliotecas.
Donde sus asentamientos coincidían con la existencia de aguas mineromedicinales de manantial, los romanos supieron construir instalaciones que aprovechasen esta circunstancia natural; donde no contaban con aguas mineromedicinales de manantial, fueron maestros en el arte de calentar el agua de ríos y arroyos; donde el agua más abundante y accesible era el agua de mar, construyeron instalaciones termales con agua de mar debidamente calentada.
Entre los historiadores romanos se encuentran referencias al Mar Menor como puerto refugio. Belich es una vieja denominación de esta singular albufera que conocemos como Mar Menor; sin embargo, no hay coincidencia en las fuentes acerca del origen de este término.
Los árabes fueron continuadores de la tradición termal romana, la adaptaron y enriquecieron. Fueron descubridores de ciertas aplicaciones terapeuticas de las aguas. Llamaron al-hama al balneario de su tiempo y dieron tal nombre a varias poblaciones de la Península Ibérica como Alhama de Almería, Alhama de Aragón o Alhama de Murcia, manteniendo los viejos asentamientos romanos con instalaciones termales que circundaban Belich (Mar Menor).
Fuente: Libro Talasoterapia Entremares, «Entremares Biobalneario Marino».